MISIÓN PRODUCTIVA: Para empezar, nos gustaría que nos cuentes sobre tu recorrido profesional y tu rol en el Conicet como directora por el área de Industria.
LAURA CORREA: Antes de recibirme hice una tesina en el Instituto Leloir e investigué mediante qué mecanismos las células se reproducen y se replican. El objetivo era encontrar aquellos que utilizan las células cancerosas para replicarse, desentendiendo las señales del cuerpo. Una de las investigadoras que trabajaba en el laboratorio conmigo me contactó con un científico que estaba llevando adelante un emprendimiento dentro de la industria. Y de esta manera empecé a contactar con el sector industrial.
Este emprendedor quería empezar a desarrollar en Argentina la ingeniería de tejidos, cuyo fin es generar órganos y tejidos para suplir su demanda, dado que la cantidad de donaciones de órganos y tejidos en el mundo no es suficiente. Entonces empecé a hacer investigación y desarrollo en un laboratorio farmacéutico ya no para encontrar estas guías de reproducción de las células cancerosas, sino para generar tejidos.
Así es como dediqué mi carrera a desarrollar la ingeniería de tejidos con un fin terapéutico. En los últimos años empezamos a incursionar en generarlos también con un fin alimenticio. Producimos carne cultivada, es decir, músculo y tejido de un animal para consumo alimenticio. Hace un año me eligieron para participar en el directorio del CONICET como representante de Industria. Todo mi desarrollo profesional lo hice dentro de este sector.
MP: ¿Cómo funciona el directorio del Conicet? ¿Qué otros sectores tienen representación?
LC: El Conicet es una institución muy grande a nivel científico, es única en el mundo. Y tiene la particularidad de que la toma de decisiones está a cargo de su directorio, conformado por ocho personas cuyo mandato se renueva cada cuatro años, y un presidente. La elección de este directorio incluye una mirada de los sectores más importantes de la sociedad. Entonces, por un lado, el Conicet divide sus disciplinas de estudio en cuatro grandes áreas, cada una con un representante elegido por sus pares: ciencias agrarias, de las ingenierías y materiales, ciencias biológicas y de la salud, ciencias exactas y naturales (que incluye física, matemáticas, ciencias de la atmósfera, química, astronomía), y ciencias sociales y humanidades. Los otros cuatro directores son elegidos dentro de áreas sectoriales: el agro, cuyo candidato lo proponen la Sociedad Rural y las diferentes agrupaciones rurales; la industria, con un representante propuesto por la Unión Industrial Argentina; un representante de los organismos responsables de la ciencia y la tecnología de los Gobiernos Provinciales y el Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires, que trae la mirada federal de los organismos públicos y privados de ciencia y tecnología; y las universidades, que trabajan en simultáneo con el Conicet. Además, el presidente del Conicet está en todas las decisiones y reuniones que se generan en el directorio; su puesto es político, viene desde el Poder Ejecutivo Nacional.
La estructura del Conicet es muy compleja porque tiene alrededor de 300 institutos, 11.800 investigadores, 1.800 becarios de doctorado y postdoctorado, más de 2.900 técnicos y profesionales de apoyo a la investigación y aproximadamente 1.500 administrativos trabajando en toda la Argentina. Entonces se crearon Centros Científicos tecnológicos dentro de las diferentes regiones, que son organismos que representan política e institucionalmente al Conicet en esas zonas.. Y estos centros interactúan con organizaciones locales, gubernamentales y privadas para desarrollar investigaciones que tengan impacto en esa área geográfica.
A su vez, el Conicet tiene diferentes gerencias que van uniendo y recabando la información de todas estas unidades ejecutoras y todos estos institutos. Lo que hacen las gerencias es reunirse con el directorio para definir en conjunto el rumbo de la institución; con el trabajo que van realizando las gerencias, el directorio va proponiendo, cambiando, definiendo o autorizando diferentes actividades.
MP: ¿Cómo ves la situación actual del Conicet?
LC: El nuevo gobierno ha cambiado muchísimo la estructura de la administración pública. Antes sabíamos cuáles eran nuestros interlocutores, teníamos relación directa con un ministerio de ciencia y tecnología que generaba políticas públicas. Con el nuevo gobierno la estructura no está todavía 100% definida. Se va definiendo con el paso de los meses y nosotros nos vamos adecuando. Y día a día nos vamos encontrando con algún cambio, alguna nueva designación. De hecho, hay varias designaciones que están vacantes. Por ejemplo, la de la Agencia de Promoción Científica. Todavía nos faltan definiciones y las políticas de ciencia y tecnología aún no están claras. El gobierno plantea que estamos en una emergencia económica y social con un nivel de pobreza altísimo, que los recursos son realmente limitados y que se tienen que utilizar de la manera más eficiente. Entonces estamos viendo cómo se van sucediendo todos estos cambios para conocer la nueva estructura administrativa e interlocutores.
Obviamente tenemos incertidumbre sobre qué va a pasar con los temas estratégicos para avanzar, que están delineados hace tiempo, como la Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación. Pero creo que tenemos que ser pacientes, que con el tiempo vamos a tener más certeza sobre la orientación de este tipo de políticas científicas y tecnológicas.
MP: En los últimos años en Argentina hubo un boom de empresas de base tecnológica (EBT), muchas de ellas de investigadores del Conicet. Y esto le dio un nuevo impulso a la discusión sobre el rol de la ciencia y su impacto social y económico. ¿Cómo han sido estos debates al interior del directorio? ¿Cuáles creés que son los avances y los desafíos hacia adelante para que cada vez haya más EBT creciendo dentro del sistema científico?
LC: El desafío de utilizar el conocimiento científico de excelencia que tenemos y convertirlo en una empresa, en algo productivo, viene planteándose hace más de 20 años. En los últimos años el Conicet ha cambiado mucho su mirada. Si bien todavía se necesitan transformaciones de fondo, yo entré en un directorio que ya entendía la necesidad de que la ciencia y la industria avancen en simultáneo. Una necesita de la otra para desarrollar productos o insumos beneficiosos para toda la sociedad.
Creo que esta mirada se profundizó con la pandemia, cuando vimos que los científicos tenían la posibilidad de resolver un tema urgente pero sin el apoyo del sector productivo no podían convertir esas ideas en un respirador o una vacuna. Nos dimos cuenta de que en la Argentina tenemos ese gran potencial, pero nos ha costado mucho convertir esta investigación aplicada en algo productivo. Es algo cultural que tenemos que ir cambiando. En el directorio actual, del que formo parte, veo que se está transitando ese cambio y se entiende que es necesario fortalecer este vínculo y generar más EBT.
Algo que valoro mucho es el cambio en la forma de evaluar a los científicos y a los investigadores en la carrera científica y tecnológica. Hace 15 años se evaluaba como producción científica sólo la cantidad de publicaciones realizadas en una determinada revista con determinada puntuación. Eso definía quiénes entraban o seguían dentro de la carrera de investigador. Hoy la producción tecnológica tiene un peso muy relevante en este tipo de evaluaciones. Veo que de a poco va generándose este cambio cultural de revalorizar y entender que todo lo tecnológico aporta muchísimo al país, más aún cuando los recursos económicos son limitados. También convalido que la investigación básica es relevante, porque permite encontrar soluciones para enfrentar nuevos problemas. La pandemia ha generado un montón de problemas que ni pensábamos que existían, y pudimos resolverlos con investigación básica. Por eso creo que la distribución de los recursos tiene que tener en cuenta esta ecuación y este análisis, para abarcar un poco de todo lo que sostienen la ciencia, la tecnología y la innovación en el país.
MP: Como directora de la División Bioingeniería de Laboratorios Craveri, ¿qué lugar ves que está ocupando la biotecnología en la industria farmacéutica? Y en cuanto a la bioingeniería, ¿en qué proyectos están trabajando?
LC: A nivel biotecnológico, Argentina es un país muy potente. En el mundo existen 12 grandes productores de vacunas, y Argentina es uno de ellos. Esto no es poco, porque tener una estructura y un recurso humano formado para desarrollar productos con este tipo de tecnologías requiere de requisitos que no todos los países cumplen. Argentina tiene una base científica muy fuerte, también desde el punto de vista biotecnológico y biológico, y ha demostrado a partir de publicaciones y del desarrollo de EBT que puede ser potencia a nivel mundial. Las entidades regulatorias del país también tienen que acompañar este tipo de desarrollos. Para que una investigación o un descubrimiento se convierta en producto tiene que atravesar, entre otras etapas, la regulatoria, que garantiza que los nuevos productos sean seguros para la población. Para eso hay que cumplir un montón de requisitos.
En el área de biotecnología, por lo menos en salud, estos requisitos están estandarizados a nivel internacional. Nuestra potencia es tan grande que si hacemos todo el registro del producto en Argentina, a través de estas normas estandarizadas, después nos es más fácil acceder a los mercados internacionales. Eso para nosotros es sumamente importante y demuestra la capacidad que tiene la biotecnología en el área de salud y de agro para competir con otros desarrollos a nivel mundial.
En cuanto a la bioingeniería, es un término mucho más amplio. Se desprende de la biotecnología, que es el campo madre. Incluye todo lo que son estructuras mecánicas, como prótesis de brazos y piernas, y todo lo que se hace con inteligencia artificial. A su vez, dentro de la bioingeniería está la ingeniería de tejidos. En Laboratorios Craveri nos dedicamos a esta subdisciplina. La ingeniería de tejidos intenta regenerar los órganos y tejidos utilizando las mismas células del cuerpo humano. Nuestro objetivo es tener, por ejemplo, un corazón formado por células –si pueden ser del mismo paciente, mejor– que cumpla con todas las funciones que tiene el corazón natural. Es una tecnología que está avanzando muy rápidamente: se han logrado no sólo tejidos, sino órganos, piel, cartílagos, todo lo que tiene que ver con el epitelio corneal, huesos, prototipos a pequeña escala de corazones que pueden latir. Hoy en día se están resolviendo de manera definitiva problemas que antes se solucionaban con tratamientos crónicos. Esta disciplina se definió por primera vez en 1993, y se espera que revolucione el campo de la medicina con tratamientos innovadores y de avanzada tecnología, pero no sabemos hasta dónde va a llegar ese potencial.
En Craveri desarrollamos a lo largo de los años piel cultivada, cartílagos, huesos, sustitutos vesicales –de la vejiga–, el epitelio corneal. Somos el único laboratorio de Argentina que está habilitado por ANMAT para elaborar este tipo de medicamentos, que dentro de los medicamentos biológicos se clasifican como de terapia de avanzada. A diferencia de un biológico normal, como por ejemplo una vacuna, estos tipos de productos se hacen para un determinado paciente. Es una producción acotada a cada paciente y eso cambia la forma en que lo elaboramos: cómo se controlan y elaboran este tipo de productos, cómo se hace la trazabilidad. Son medicamentos muy peculiares porque su principio activo no es el usual de los productos biológicos (proteínas recombinantes o asociaciones de proteínas complejas), sino que son las células de cada paciente.
En todos los años de trabajo en Argentina, hemos logrado llegar a la etapa de investigación clínica con resultados muy positivos y exitosos. Ahora ya tenemos una planta habilitada y estamos en la etapa de registro del producto para poder comenzar la comercialización. Este sería el primer medicamento de terapias avanzadas en Argentina en acceder al mercado, en el caso que el producto sea exitoso. Fue un camino difícil, pero estamos realmente muy orgullosos.
MP: ¿Cómo surge la idea de crear B.I.F.E. con un formato de startup, desde un laboratorio de tantos años de antigüedad, casi bicentenario, como Craveri? ¿En qué estadio de desarrollo se encuentra el producto?
LC: El visionario fue el presidente actual de la empresa, Juan Craveri. Él siempre está atento a las transformaciones que se están dando a nivel mundial. Había participado en una reunión en una empresa en Japón y vino con la idea de que para el año 2050 van a comenzar a escasear los alimentos y la desnutrición va a ser un problema irreversible en todo el mundo. Hay un montón de evaluaciones a nivel mundial, por ejemplo de la FAO, que están alertando sobre esto. Si nuestro ritmo de alimentación sigue aumentando de la manera en que se está proyectando, es posible que empecemos a generar daños irreversibles en nuestro planeta y que los recursos del planeta empiecen a escasear. Y estos problemas ambientales se derivan de cómo criamos a los animales de los cuales nos alimentamos. Entonces vino con la propuesta de generar una startup para producir carne cultivada y nosotros teníamos el know how, porque ya hacíamos tejidos y también fibras musculares.
Pero la carne cultivada no viene a reemplazar la tradicional, sino a colaborar como una alternativa de alimentación sostenible. Muchas veces se plantea que, como Argentina es un gran productor de carne, la carne cultivada podría desplazar a la tradicional, y no es para nada la idea. La idea es que ambas coexistan. Sabemos que la carne tiene un valor nutricional y de asimilación de proteínas y aminoácidos esenciales que no tienen otras alternativas no cárnicas. Y una alimentación sin un buen valor nutricional también genera enfermedades. Por eso la idea es la coexistencia de ambas opciones, y poder suplir el crecimiento de la demanda con una alternativa ecológicamente más amigable con el mismo valor nutricional.
Ya desarrollamos un prototipo del producto, pudimos comerlo, probarlo; lo que estamos encarando en este momento es el escalado. Para tener impacto en el mercado, se necesitan inversiones muy grandes, sobre todo en biorreactores. Estos son equipos que se utilizan por ejemplo en la industria farmacéutica, pero en volúmenes pequeños en comparación con el que se requiere para la carne. Por ejemplo para producir carne cultivada sólo para la Ciudad de Buenos Aires, basados en la tecnología que tiene la industria farmacéutica, necesitaríamos todos los biorreactores que actualmente existen en el mundo.
Hay empresas que están trabajando en el desarrollo de estos biorreactores para reproducir células animales a gran escala. Estamos viendo avances enormes en el escalado de carne cultivada a nivel mundial. Ya hay varias empresas que empezaron a comercializarla, o sea que tienen sus aprobaciones regulatorias. Por ahora en el mundo hay dos países que autorizaron la comercialización: Singapur y Estados Unidos. Los productos que ellos están haciendo son de células musculares del pollo. Nosotros estamos viendo cómo vamos a financiar esta nueva etapa, por ahora no hemos tomado decisiones.
MP: ¿Qué desafíos enfrentan en términos regulatorios o éticos?
LC: La carne cultivada se degustó por primera vez en el año 2013 en Holanda. Recién en 2020 se logró la aprobación regulatoria en Singapur y en 2023 en Estados Unidos. Durante todos estos años hubo mucha oposición por parte de sectores que ven que pueden ser vulnerados por una tecnología tan incipiente, y se han generado diversos debates éticos y relacionados con la seguridad del producto.
Un debate que duró muchísimo tiempo fue la nomenclatura. ¿Es carne o no es carne? Muchos sectores sostenían la definición actual de la carne, como un tejido que tiene hueso, nervios, vasos, sangre. La carne cultivada no tiene sangre, es sólo la fibra muscular. Otro gran debate vino desde el punto de vista de la seguridad. Se requiere que la carne cultivada presente una trazabilidad perfecta de los ingredientes exactos que se le administraron a esas células en todo momento. Esto no ocurre con la carne tradicional: uno no tiene la trazabilidad completa, todo lo que hizo el animal desde que nace hasta que se sacrifica para que llegue como un alimento a nuestras mesas (por ejemplo, cómo se alimentó, qué agua tomó, qué enfermedades tuvo). Este tipo de controles siempre aumentan el costo de un producto. De hecho, para establecer estos controles se tuvo que investigar un montón sobre la carne tradicional, para llegar a una caracterización lo más exacta posible y poderla comparar con la carne cultivada. La carne cultivada además se asocia con carne limpia, libre de patógenos, y la carne tradicional se asocia a la zoonosis. La principal fuente de las pandemias se relaciona a la ingesta de carne de animales salvajes como domésticos. Por eso insisto en que la pandemia impulsó muchísimo el desarrollo de otras alternativas de alimentación.
En Estados Unidos, la FDA y su Departamento de Agricultura, determinó que la carne cultivada es segura y se puede comercializar. Con esta aprobación se confirma que va a ser una alternativa de alimentación en el futuro. Hoy en día la limitación que tienen estos países es el escalado, porque los biorreactores están en desarrollo. En Estados Unidos la carne cultivada que se comercializa es premium y se vende a pequeña escala: sólo en un restaurante, que hace siete u ocho platos por semana.
MP: ¿Creés que hay alguna similitud con el debate generado a partir de la llegada del ecocuero, cuando los fabricantes de cueros decían que al final el nuevo producto era mucho más perjudicial para el ambiente?
LC: Cuando se construye una fábrica de carne cultivada, la idea es que sea amigable con el medio ambiente. Hay muchas evaluaciones para ver qué impacto tendrá la carne cultivada a nivel ambiental, pero al no existir actualmente, una fábrica que haga toneladas de carne cultivada, no hay cálculos reales sobre su huella de carbono. Es un tema que sigue en discusión y hay proyecciones favorables y otras que no lo son. Yo siempre me quedo en la opinión intermedia. Por ejemplo, el desarrollo de la carne cultivada permitió el estudio sobre células de peces para sustituir la carne de pez, cuya industria es una de las más contaminantes. En este caso, la ecuación ambiental es muy favorable avalando el desarrollo de esta alternativa.
Pero más allá de que utilicemos energías renovables, algo muy limitante en nuestro planeta es la tierra. Ya estamos deforestando un montón de bosques y ocupando un montón de tierra para criar los animales, y eso es finito. Si el consumo de carne sigue aumentando, esa limitación la vamos a tener y sí o sí tenemos que buscar alternativas. La carne cultivada para mí es revolucionaria. Hoy en día se están haciendo desarrollos tecnológicos que nosotros desconocemos en la actualidad, pero que van a transformar todo el mercado de los alimentos. Hay cambios trascendentales en nuestras vidas, nuevos productos que se van instalando en nuestros hogares que no imaginamos que vienen de la biotecnología.
MP: ¿Qué papel te parece que están jugando actualmente la innovación y la tecnología en las investigaciones y en el campo de la bioingeniería a nivel nacional? ¿Cómo ves la colaboración entre el sector público y el privado para impulsar la investigación y el desarrollo de estas tecnologías?
LC: La biotecnología es transversal a muchísimas disciplinas, no solo para la salud y la alimentación. Es impactante la aplicación que tienen estos desarrollos. Por eso que Argentina sea una potencia en esta disciplina nos posiciona mucho a nivel internacional, y creo que como país tenemos que seguir invirtiendo en este tipo de desarrollos. A los países los hace grandes la ciencia. El desarrollo de innovaciones y productos tecnológicos permite una libertad de acción que no es posible si se depende de otros. Creo que eso es algo también aprendido en la pandemia: si no nos vendían vacunas, las podíamos producir.
Tenemos mucha trayectoria en ciencia, pero poca en vinculación entre la industria y la ciencia; es como si hablaran idiomas diferentes. Yo misma como científica dentro de la industria también me alejo a veces de lo que es la ciencia básica o aplicada. Y a veces las empresas no recurren a los centros tecnológicos, como el INTI, que pueden hacer más eficientes sus procesos. Tenemos que trabajar mucho en conocernos, siempre apuntando al bienestar de la sociedad, del país mismo. Creo que el Conicet está trabajando en generar ese vínculo.
Por Sol Gonzalez de Cap y Mercedes Menga