Debates ambientales: ni los primeros, ni los últimos.

Cómo tomamos posición a favor o en contra de una actividad, qué ponemos en juego, cuánto nos importan los argumentos y cómo hacemos para levantar el nivel de debate general. 

Ex Botnia, Fray Bentos, Uruguay.

En los últimos tiempos hemos sido testigos de debates apasionados debido a la posibilidad de exploración del Mar Argentino en búsqueda de petróleo o de habilitación de la minería en Chubut. Tal vez las redes sociales nos hacen percibirlos más intensos, pero no son los primeros ni serán los últimos. El conflicto que surgió a partir de la instalación de plantas de producción de pasta celulosa (pasteras) sobre el Río Uruguay fue, tal vez, el más grande de nuestra historia reciente. Tuvo epicentro en Gualeguaychú y derivó en un conflicto internacional que llevó a 2 países vecinos a enfrentarse en la Corte Internacional de Justicia. El puente internacional que une a ambos estuvo cortado durante años. En este artículo intentaré reflexionar sobre cómo tomamos posición a favor o en contra de una actividad, qué ponemos en juego, cuánto nos importan los argumentos y cómo hacemos para levantar el nivel de debate general. 

El conflicto escaló de tal forma que las primeras manifestaciones, que en 2003 lograron reunir varios miles de vecinos, dos años más tarde serían masivas y la consigna “SÍ A LA VIDA, NO A LAS PAPELERAS” recorrería todo el país. Aún hoy se pueden ver las pintadas contra las pasteras de capitales europeos -finalmente instaladas del lado uruguayo- sobre la Ruta Nacional 14 , en el puente de acceso a Gualeguaychú. 

papeleras

A partir de la principal consigna que eligieron los fundadores de la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú, surgen una serie de preguntas que vale la pena tener presentes: ¿La instalación de pasteras ponía en riesgo la vida? ¿Se contaminaría el Río Uruguay como rezaba aquella canción de Pipo Pescador que enseñaban en las escuelas entrerrianas? ¿Creíamos que la producción de celulosa era intolerable para nuestro país?

Veamos…

El sector celulósico-papelero argentino está compuesto por empresas -algunas nacionales, otras extranjeras- que en total producen cada año ≈900.000 Tn de celulosa y ≈1.700.000 Tn de papel. En el NOA hay plantas que producen celulosa y papel a partir de bagazo de caña de azúcar, mientras que en el Litoral, Buenos Aires y Río Negro lo hacen a partir de especies madereras como pinos, eucaliptos, sauces o álamos. Cabe destacar que del total de papel que producimos, la inmensa mayoría se destina al mercado interno. Se exportan alrededor de 170.000 Tn/año (≈10% de la producción) y se importan casi 700.000 Tn/año, definiendo una balanza comercial deficitaria. Esto se debe a que la producción nacional no es suficiente para cubrir la demanda, ya que el consumo del país ronda los 2.500.000 Tn de productos de papel/año. Es decir que, a pesar de que buena parte del país levantaba la consigna “no a las papeleras”, en Argentina teníamos plantas en funcionamiento antes, durante y después del conflicto, y consumimos mucho más papel del que somos capaces de producir. 

Diagrama de flujos de la industria celulósico-papelera

papelera

Fuente: Dir. Nac. de Desarrollo Foresto Industrial, 2018.

Entonces, como sociedad no podemos decir que estamos en contra de la producción de celulosa y papel. La permitimos en nuestro país hace décadas y el nivel de producción que tenemos es el mismo que teníamos en la década del ‘80. Esto se debe básicamente a que contamos con la misma capacidad instalada que entonces: las últimas inversiones relevantes en el sector datan de 1984. Luego, no se abrieron nuevas plantas sino que las inversiones fueron para mejoras, actualizaciones o reparaciones. Mientras tanto, nuestros países vecinos multiplicaron sus capacidades. Brasil, uno de los principales jugadores mundiales del sector forestal, produce más de 17.000.000 de Tn de celulosa/año. Por su parte, Chile y Uruguay producían en 2016 5.100.000 y 4.200.000 Tn/año, respectivamente. La planta que se instaló en Fray Bentos, origen del conflicto, produce 1.300.000 Tn/año (44% más que Argentina en su totalidad). Luego, en 2019, se acordó la construcción de una nueva pastera que produciría 2.100.000 Tn/año (133% más que Argentina en su totalidad). 

Pero el atraso tecnológico de nuestro país no impacta sólo en términos productivos, sino que afecta también la tecnología utilizada y el tratamiento de efluentes. Actualmente existe en el mundo un nuevo concepto respecto de las pasteras/papeleras: a partir de la posibilidad de producir otros compuestos químicos de interés, se definen a las nuevas plantas como biorrefinerías forestales. Estas industrias aprovechan lo que antes eran residuos para producir nuevos derivados de origen renovable. Emplean residuos de la propia industria forestal y de otras cadenas como la agroindustria. Entre los derivados que se obtienen aparecen desde compuestos químicos para la industria alimenticia o farmacéutica, hasta la producción de biocombustibles, bioplásticos o materiales textiles como el rayón. Todos de origen renovable, capaces de reemplazar muchos productos que actualmente se obtienen del petróleo. Además, cabe recordar que la forestoindustria tiene el potencial de ser carbono neutral: mientras la actividad industrial genera emisiones, las plantaciones capturan CO2 para realizar la fotosíntesis. En Argentina tenemos alrededor de 1.300.000 ha forestadas, pero un potencial de expansión que podría alcanzar los 2.000.000 ha sin competir con otros cultivos agrícolas. Alcanzar esa superficie para 2030 es uno de los compromisos asumidos por el país en la Cumbre de París de 2015 y ratificado en la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26, Glasgow, Escocia).

Es importante, entonces, disponer de plantas más modernas que nos permitan multiplicar nuestra producción e incorporar nuevas tecnologías que ha desarrollado la industria. Por ejemplo, el blanqueamiento de la celulosa es uno de los puntos más complejos del proceso. Básicamente se trata de eliminar la lignina disolviéndola con químicos potentes. Antiguamente esa lignina residual no podía ser utilizada, salvo para abastecer calderas y generar energía, pero las biorrefinerías la pueden emplear como materia prima. La vainillina, una esencia muy utilizada en la industria alimenticia, se obtiene a partir de la purificación y oxidación de esta molécula..

En ese mismo proceso de blanqueamiento, a nivel internacional se empleaba cloro elemental como disolvente de la lignina. Esto derivaba en enormes problemas ambientales debido a que es un producto capaz de generar organoclorados, compuestos químicos muy dañinos para la salud de animales y humanos. El reemplazo del cloro elemental por otros compuestos dio origen a 2 tipos de plantas industriales. Las plantas ECF (Elemental Chlorine Free) son aquellas que ya no utilizan cloro elemental, pero lo reemplazaron por compuestos que tienen cloro en su composición. Utilizan dióxido de cloro, una versión menos contaminante ya que reduce significativamente -aunque no totalmente- la formación de organoclorados. Pero más avanzadas aún, son las plantas TCF (Totally Chlorine Free). Estas industrias utilizan otros compuestos para el blanqueamiento como el peróxido de hidrógeno, el ozono o el oxígeno a alta presión. Es decir, dejaron atrás el riesgo de formación de organoclorados que antiguamente supo hacer desastres. 

¿Antiguamente? Bueno, no tanto.

Si bien contamos con pasteras ECF y TCF en Argentina, todavía tenemos en funcionamiento plantas que emplean cloro elemental en su proceso de blanqueamiento. En resumen, tenemos pasteras menos productivas y más contaminantes. Según un informe del CIECTI, en el año 2012 solo una de las plantas cumplía con la normativa de tratamiento de efluentes líquidos y gaseosos. Es decir que mientras decíamos “no a las papeleras” mirando a Uruguay, teníamos a nuestra espalda industrias contaminando nuestros ríos. ¿Qué reflexión nos merece esto? ¿Sería menos contaminante la instalación de una nueva pastera? ¿Estaban estos argumentos sobre la mesa durante el debate público? ¿Quiénes eran los responsables de brindar información de calidad a la sociedad?

En fin, podemos observar lo que sucedió en Uruguay, Chile o Brasil y tomar posición al respecto. Podemos, incluso, decidir que el modelo de desarrollo que pretendemos no incluya la producción de celulosa y papel. Podemos tomar los reclamos que surgen en esos países y analizar si es un sector que queremos impulsar o dejar atrás. En Uruguay, por ejemplo, varias de las legislaciones se hicieron con el objetivo de promover ese tipo de inversiones (Ley de Zonas Francas, Tratados de Protección Mutua de Inversiones, reducción de impuestos, Ley de Promoción Forestal, regímenes de tierras rurales que posibilitan a los extranjeros comprar tierras en el país indiscriminadamente, etc). ¿Qué pensamos al respecto? ¿Queremos impulsar leyes similares? ¿Tenemos actualmente un marco legal similar? ¿Qué estamos dispuestos a ceder y qué nos parece innegociable?

Todas estas preguntas y posturas pueden ser atendidas en un debate serio, intelectualmente honesto. En ese proceso de discusión es donde encontramos riqueza y comprendemos las preocupaciones de unos y otros. Lo que no podemos permitirnos es debatir con la hipocresía que tuvimos en otros momentos. Se trate de papeleras, minería o petróleo en el mar debemos tener las antenas bien alineadas. No podemos desconocer los impactos en el ambiente de las actividades productivas, ni decirle que sí sin analizar a cualquier proyecto que se nos presente. Pero tampoco podemos mentir para ganar una discusión. Ni Papá Noel se murió, ni desde la costa de Mar del Plata se podrán ver plataformas petroleras. Es tan cierto que necesitamos crecer, generar empleos y obtener divisas, como que estamos en medio de una crisis climática que pone en aprietos, como siempre, a los más vulnerados. Es nuestra obligación reflexionar sobre las experiencias previas, aprender de los errores que hayamos cometido e impulsar un modelo de desarrollo que proteja social, económica y ambientalmente a todo el pueblo argentino.

Montes del Plata, Colonia, Uruguay. Vista desde la Isla Martin García.

Montes del Plata, Colonia, Uruguay. Vista desde la Isla Martin García.

Ex Botnia, Fray Bentos, Uruguay.

Ex Botnia, Fray Bentos, Uruguay.

 

Montes del Plata, Colonia, Uruguay.

Montes del Plata, Colonia, Uruguay.