Dossier Innovación | Diálogo Productivo con Fernando Peirano

Dossier Innovación | Diálogo Productivo con Fernando Peirano
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Nuevo dossier sobre innovación

Cómo la ciencia y la tecnología están impulsando el desarrollo productivo. 

Durante todo el mes de Octubre este dossier explorará las transformaciones que están revolucionando sectores estratégicos, desde la biotecnología hasta la digitalización, y el papel central que juega el Estado en fomentar ecosistemas de innovación. A través de casos concretos, entrevistas con referentes y análisis de las políticas públicas más innovadoras, ofreceremos una sección de notas para entender cómo se está gestando el futuro de la economía.
Vamos a arrancar este dossier con una entrevista a Fernando Peirano, economista, profesor e investigador. Dirigió la Agencia I+D+i y hoy impulsa RiiE, una red para articular a los actores claves en innovación. Un panorama del sistema de innovación, ciencia y tecnología actual en el país, sus desafíos y oportunidades.

MISIÓN PRODUCTIVA: Nos gustaría que nos cuentes sobre el diseño de RiiE: la visión detrás de esta red, cómo contribuye a conectar la innovación entre instituciones y empresas, cómo están llegando a todo el territorio y cuáles son sus próximos pasos para seguir creciendo.

FERNANDO PEIRANO: Concluida la experiencia en la Agencia I+D+I, nos dimos cuenta de que hay una agenda aún pendiente, inconclusa, que sólo se puede realizar articulando actores, intereses y objetivos a lo largo de todo el país. Creemos firmemente que el desafío pasa en gran medida por nuevas prácticas, formatos y metodologías en las organizaciones, sean públicas o privadas. Con este espíritu hace ya diez meses creamos RiiE, la Red de Innovación en Instituciones y Empresas. 

Es una red horizontal a través de la cual buscamos colaborar y proponer iniciativas, y que nos permite tener un mapa en tiempo real de cómo se está innovando en Argentina. El nodo coordinador de esta red es una plataforma de consultoría que se llama Suri Innovación; desde allí un grupo de profesionales y académicos asistimos a gobiernos, instituciones públicas y empresas.

MP: En relación con las empresas, ¿cómo ves que está afectando la coyuntura a la innovación en el sector privado? 

FP: Creo que en este momento se está plasmando la dificultad del país de hacer cambios institucionales de manera armoniosa. Parece que la única manera de hacer cambios drásticos es con una fórmula muy desventajosa: destruimos demasiado para crear pocas cosas nuevas. Esto está afectando el rol tanto del sistema público como del privado, a partir de la desarticulación del primero −aunque cabe una mirada crítica sobre el sistema público que hemos sabido construir− y de la falta de protagonismo del sector empresario en el país, protagonismo aún menor cuando las condiciones de inversión son tan desfavorables.

Este contexto de recesión profunda es muy adverso para quien quiere invertir: hay una desventaja muy fuerte en las condiciones de competitividad asociadas al atraso cambiario, al cepo, a las brechas en los tipos de cambio, al peso de los impuestos y los costos fijos en ventas que se desinflan. Este es un año muy difícil porque hay poca inversión y, como consecuencia, poca innovación en un contexto global de mucho cambio tecnológico. 

Uno de los elementos dinamizadores de la innovación en la última década es la creación de empresas de base tecnológica, así como la articulación con sistemas de startups y aceleradoras. En este sentido Argentina está padeciendo un retraso importante: tenemos estudiado que nos faltan muchos más fondos de capital de riesgo que, por ejemplo, Brasil; y que, incluso corrigiendo por tamaño, en Argentina tendrían que circular volúmenes cuatro veces superiores.

MP: ¿Cómo ves la evolución del sistema de ciencia y tecnología en Argentina? ¿Cuáles son para vos los grandes hitos de su desarrollo?

FP: La historia del sistema de ciencia y tecnología en Argentina puede organizarse desde el primer peronismo, la creación del Conicet, la dictadura, la recuperación democrática hasta la sanción de la Ley 23.877, que impulsa la promoción en ciencia, tecnología e innovación. Estamos cumpliendo 35 años de la sanción de esta ley y, en especial en los últimos 25 años, hemos logrado conformar un sistema de ciencia en el país que incorpora científicos que quizás son primera generación de universitarios y nacieron en una calle de tierra. Tener esta oportunidad no es tan normal en el mundo. Nos queda pendiente la articulación de un sistema de desarrollo tecnológico. 

Somos el país de la región con más investigadores por cada millón de habitantes: 1200 frente a los 800 de Brasil o un poco menos de México, y tenemos una cantidad muy importante de instituciones científicas y universidades, que se ha ampliado en los últimos años. Sin embargo, la inversión per cápita en estos recursos humanos es quizás la más baja de la región. Estas inconsistencias son la antesala a un sistema que genera conocimiento pero no lo aprovecha plenamente, en un país cuyas cadenas de valor tienen serios problemas de competitividad y en el cual muchas empresas, por retraso en la inversión y falta de acceso a tecnología, tienen serias falencias en materia de productividad.

MP: En relación con el presupuesto destinado a innovación y ciencia y tecnología (pensando en las parálisis de obras, compra de equipos, salarios y becas de investigadores), ¿alguna vez se redujo tanto en la historia del país? ¿Cómo impacta esto en el sistema científico tecnológico? 

FP: Esta es una situación inédita desde la recuperación democrática, porque el recorte presupuestario no es una causa de la crisis del sistema de ciencia y tecnología, sino una consecuencia de la decisión abierta de desarticular lo que teníamos. Antes te decía que tenemos un sistema científico y un pendiente en el desarrollo del sistema tecnológico. El rumbo que estamos siguiendo nos lleva a contramano del mundo y a retroceder los escalones que habíamos logrado subir. La falta de presupuesto no es el inicio, es el reflejo de esto, que además tiene consecuencias sobre los proyectos, expulsa a los jóvenes que habían entrado al sistema y desalienta a quienes estaban pensando entrar. 

Las postulaciones en este turno a las becas del Conicet cayeron 30%, esto se multiplica en todas las universidades e instituciones de ciencia. Los más jóvenes están con suerte buscando trabajo en otras empresas argentinas. Con menos suerte, están yéndose a otros países con políticas muy activas de captación de talentos, de personas que requirieron muchos años de educación, en nuestro caso de educación pública. Los estamos forzando a buscar sus oportunidades en otros lados. Bajo el eslogan de “no hay plata” y bajo una apariencia de ahorros, estamos sufriendo una descapitalización social y de sistema muy grande, y estamos postergando, una vez más, los desafíos urgentes: el desarrollo de un sistema tecnológico que nos vincule con la oportunidad de generar divisas, valor agregado en las cadenas productivas y empleo de calidad.

Y Argentina tiene este potencial. Esto se demostró por ejemplo con la evolución de la economía del conocimiento, que creó 450.000 empleos formales y salarios por arriba de la media, generó divisas y exportaciones que nos ubicaron en el tercer lugar en ventas al exterior; se demuestra también con la historia del INVAP o de proyectos con impacto en el agro, como el trigo HB4 resistente a la sequía. Argentina puede tener liderazgos y necesitamos que esos esfuerzos no sean aislados sino parte de un sistema.

Cuando las políticas públicas acompañan esta vocación y decisión de los científicos se logran cosas excepcionales. Un ejemplo es el diseño y producción de la vacuna argentina contra el COVID-19 en el último tramo de la pandemia. En este contexto, las políticas públicas siguieron prácticas distintas y nos animamos a ir un poco más lejos de lo habitual. Encontramos una apuesta, dimos un apoyo en la primera etapa del laboratorio y lo complementamos con la iniciativa privada: al equipo de Juliana Cassataro en la UNSAM [Universidad Nacional de San Martín], se sumó el trabajo del Laboratorio Pablo Cassará. Así, el sector privado invirtió un total de USD 7,5 millones, y el sector público USD 8 millones. Se logró una capacidad distintiva que no tienen otros países. 

Desde luego, desarrollar tecnología es mucho más costoso y riesgoso que apoyar a la ciencia, pero esta no logra impacto si no transita la fase tecnológica; y la tecnología no genera valor propio, capturable, transformador, si no tiene una base de conocimiento científico propio. La capacidad de producir es una inversión ínfima frente al volumen que puede generar, y te brinda una posibilidad y una flexibilidad que no te da ninguna otra inversión.

Esta es una experiencia que va a quedar como referencia, pero también señala un camino que no pudimos recorrer, que tenía muchas más estaciones por delante: el de proyectarnos desde un sistema de ciencia de excelencia y relativamente resuelto en sus elementos centrales, hasta un sistema tecnológico que pueda transformar nuestras mejores ideas en herramientas aplicadas y prácticas. Estas ideas que necesitábamos desarrollar hoy parecen muy lejanas porque estamos yendo, como decía, a contramano del desarrollo, de los países que se preocuparon no sólo por ordenar la macro, sino también por tener una micro con márgenes de acción para resolver el equilibrio de las variables generales de una economía.

MP: ¿Cómo impacta esto de ser un país con crisis periódicas al momento de pensar en investigaciones a largo plazo?

FP: Nosotros tenemos que ser mucho más quirúrgicos en nuestras apuestas, en nuestra fijación de prioridades. Tenemos un sistema de ciencia que, al no poder presentarse hacia un sistema tecnológico, tiene mucho estado y poco gobierno: hay poca capacidad de orientar el trabajo de los grupos de investigación. El sistema institucional hoy no está lo suficientemente afianzado y organizado como para no recargar la volatilidad, los cambios, las marchas y contramarchas sobre la espalda del eslabón más débil, que es el eslabón del investigador. Es un sistema que quizás está muy recostado en el Poder Ejecutivo Nacional, que no aprovecha toda la variedad de anclaje que puede tener el sector público: universidades, provincias e incluso algunos municipios. Pienso por ejemplo en  el CFI [Consejo Federal de Inversiones], institución clave en la historia argentina en inversión e innovación, como ejemplo de un Estado que puede acompañar al sector privado de una mejor manera, sin depender de quién se siente en el sillón de Rivadavia. Me parece que tenemos que repensar la estabilidad y el carácter contracíclico del sistema institucional para sentar las condiciones para que la ciencia se desarrolle y se proyecte hacia un sistema de desarrollo tecnológico. 

De 2008 en adelante, la novedad más importante es la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, pero ha sido una experiencia con sesgos que deberíamos revisar porque se ha inclinado mucho a preocuparse por los fondos y no ha logrado resolver temas de articulación, indispensables para tener el estatus de sistema. No hemos aprovechado a las empresas públicas como palancas del desarrollo tecnológico, no hemos logrado darles a otros ministerios mandatos y programas de I+D. Qué distinta hubiera sido la historia si el Ministerio de Salud tuviera un programa de I+D firme y fuerte, sostenido en el tiempo. Lo mismo ocurre con la Secretaría de Energía: no hemos sabido encontrar en la I+D una herramienta para orientar la acción del Estado en la transición energética. Esto quedó como una responsabilidad del Ministerio de Ciencia y Tecnología y no como un recurso transversal. 

Otro tema pendiente es la revisión de los regímenes de promoción industrial. Nos hemos quedado con una mirada estática y no dinámica de esos procesos, y nos han faltado más centros tecnológicos. Nos ha quedado pendiente una agenda que hoy está lejos de la conversación pública e incluso de los especialistas, pero que es ineludible si queremos ser un país que centre su desarrollo en capacidades propias, cuyo motor hoy pasa por la educación, la ciencia y la tecnología. Las empresas no hablan de incentivos tributarios o ventajas de otro tipo cuando piensan en organizar su modelo de negocios en términos dinámicos, independientes del contexto y con mayor competitividad. Saben que los recursos humanos son el motor. Tenemos que asumir estos desafíos a nivel país frente a cambios tecnológicos muy fuertes a nivel global, que repercuten sobre todo en la estructura y dinámica de los mercados de trabajo. Si no actuamos a tiempo, nuestra sociedad va a sufrir mucha más polarización de la que hemos conocido; eso agrega nuevas dificultades a la agenda del desarrollo.

MP: Relacionado con el desarrollo de capacidades propias, de recursos humanos, ¿qué se puede hacer para retener los talentos en el país? ¿Hay políticas efectivas en otros países para revertir estas tendencias?

FP: Los que se van son los más jóvenes porque son los que tienen más oportunidades de empezar algo distinto, de organizar sus próximos años. Los que tienen una carrera hecha ya tienen hundido su capital institucional, emocional y vital en el país, y seguramente van a buscar ser resilientes a esta coyuntura. 

Para quien inicia una carrera de investigación o tecnología, la zanahoria siempre está asociada a los desafíos. Si somos un sistema institucional que sabe convertir los problemas en desafíos y les permite a los investigadores acceder a recursos para enfrentarlos, vamos a ver que el conocimiento no es un saber específico, sino que es una enorme fuente de flexibilidad que tiene una sociedad para transformarse positivamente y superar los obstáculos que se le presenten. 

Ese es un ejercicio sofisticado de institucionalidad, propio de países muy maduros. En nuestro caso, como mencionaba, lo vimos claramente durante la pandemia. Como muchos, yo estaba al frente de la agencia I+D+i. Estaba muy preocupado, la situación nos desbordaba. Y en ese contexto pude ver el aplomo de los científicos y ver que confiaban plenamente en un método que les permitía transformar un problema en un desafío, que confiaban en el conocimiento no como algo del pasado que te da una receta, sino como algo que te permite organizar tus elementos para dar una respuesta creativa. Apostaban a la acción colectiva como un elemento irrenunciable. Y vi cómo construyeron una brújula colectiva que les permitió atravesar la tormenta. Esto me permitió confiar en que las políticas públicas tenían que tener un carácter excepcional. Y tuvimos los recursos, el Estado funcionó en ese plano para hacer cosas diferentes y creo que valió la pena. 

Me parece que tenemos trasladar esto a otros campos que sufren otras crisis, y que necesitamos hacernos preguntas antes que darnos respuestas, necesitamos acción colectiva, usar el conocimiento como método para ser creativos, y no como un arcón de recetas muchas veces obsoletas. Necesitamos ese modelo de acción que la ciencia puede darnos. 

Confío en que vamos a tener la oportunidad de completar la agenda pendiente y de retomar el camino hacia el desarrollo. Al sector privado no hay que convencerlo porque, si está vinculado al mundo, sabe que esta fórmula funciona. A la sociedad argentina hay que volver a interpelarla, tenemos que volver a proponerle un Estado que articule la acción colectiva para generar nuevos bienes públicos y que, en lugar de quedarse en la descripción de los problemas, los tome como desafíos y ponga el esfuerzo en superarlos. 

Apuesto a que cada buena idea argentina tenga el contexto: no sólo un sistema científico sino también un sistema tecnológico de innovación que incorpore las novedades. Ahora tenemos muchas más avenidas para llegar al desarrollo. Antes quizás el único camino era el de transformar los resultados de investigación en un paper. Esto después se amplió con las patentes. Hoy se suman las startups y las nuevas empresas. Las herramientas conviven, no es que una reemplace a la otra. Por eso tenemos que armar un sistema sofisticado y, como tal, muy difícil. Es algo que va mucho más allá del financiamiento, al cual dedicamos el 95% de nuestro tiempo. Hemos dedicado demasiado poco a pensar el diseño, los objetivos y los incentivos de un sistema complejo y diverso, y por lo tanto muy difícil de articular y muy fácil de desarmar, como estamos viendo. 

MP: ¿Qué oportunidades ves que tiene Argentina para posicionarse en el panorama internacional, y cuáles son las áreas de conocimiento y tecnológicas que deberían priorizarse para esto? 

FP: A pesar de sus vaivenes, ha emergido una nueva economía que convive con la productiva tradicional. El país hoy tiene más recursos que en la otra gran crisis, la de 2001-2002. Estas economías han surgido en condiciones mínimas e indispensables, sin tener todo el apoyo que ese potencial merecía. 

Un ejemplo son las nuevas energías. Vaca Muerta ha superado cualquier índice de desempeño de los más optimistas. Y es una fuente, primero, de divisas, de un recurso clave sobre el cual asentar una industria competitiva como la energía, y también de desafíos que estimulen desarrollos tecnológicos como el fracking, sin el cual no estaríamos viendo estos desempeños. En cuanto a la minería, tenemos el desafío ambiental latente, que debería asumirse como una oportunidad para que la ciencia y la tecnología sigan presentes; pero no solo las ingenierías: también las ciencias sociales para la construcción de una licencia social que nos permita superar los obstáculos para desarrollar su potencial. El litio, la capacidad de nuestros vientos, la energía solar, la renovación de la infraestructura de represas hidroeléctricas, son otras oportunidades asociadas a las energías que no deberíamos dejar pasar y que pueden cambiar la ecuación de dólares en Argentina. 

La biotecnología es otro ejemplo. Recientemente el BID nos ha reconocido como la principal plataforma de startups DeepTech; eso habla de una escuela de ciencia forjada por tres premios nobeles, pero también de una capacidad y de una inventiva de nuevas generaciones de investigadores que están dando originalidad a la biotecnología, y por lo tanto un techo hoy incalculable. Además, con el desarrollo de la economía del conocimiento, hoy somos el país de América Latina con más unicornios, empresas que han resuelto desde lo digital muchos problemas en el aspecto transaccional de nuestra economía, y que han dado fluidez a las relaciones comerciales y financieras. 

Creo que Argentina tiene una plataforma en recursos naturales, una tradición productiva con multinacionales que encuentran pymes proveedoras para construir buenas cadenas de valor, y un potencial enorme en la capacidad de trabajo de los más jóvenes vinculados a los nuevos recursos tecnológicos. Tenemos que pensar el desarrollo como un cubo Rubik: no se trata de ir cara por cara, no se trata de resolver primero la pobreza o la competitividad o la estabilidad macro, sino de armar todas las caras en conjunto, sabiendo que cualquier pieza que pongamos en una posición repercute en los otros cinco lados. 

El desarrollo necesita cuadros técnicos y políticas públicas sofisticadas, y sostener en el tiempo los incentivos, las reglas, las señales. Sobre todo, necesita imaginación y representación, espacios que hoy parecen vacíos. En algún momento se decía que el gran problema de América Latina era el casillero vacío de la matriz productiva: nos faltaban actores, fabricantes de bienes capital. Hoy lo que nos falta sobre todo es completar el casillero del futuro: ser nosotros los que imaginemos hasta dónde podemos llegar y cuáles son los problemas que queremos resolver. La representación del futuro que parece abrazar este gobierno es un plan de negocio de una corporación anclada en el Silicon Valley; eso por definición nos deja fuera del mapa y deja a la mayoría de los argentinos sin ser protagonistas de ese futuro. Como en otros momentos de la historia, tenemos que hacer el esfuerzo de estar a la altura: poner la imaginación por delante y desarrollar un sistema de conocimiento que dé consistencia a las decisiones que tomamos.

Por Mercedes Menga