Diálogo productivo con María Eugenia Farías

Diálogo productivo con María Eugenia Farías
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María Eugenia Farías es Dra. en Biología especializada en Microbiología ambiental de extremófilos. Es una de las fundadoras de PunaBio, una startup dedicada al desarrollo de bioinsumos para el agro.

Su descubrimiento de los estromatolitos en la puna tuvo una gran difusión a nivel nacional e internacional, realizando un enorme trabajo de valoración de los ecosistemas microbianos de la Puna con las comunidades originarias, logrando en forma conjunta la declaración de áreas protegidas para la preservación de los organismos más antiguos del planeta.

MISIÓN PRODUCTIVA: Quisiéramos conocer un poco sobre tu historia ¿Cómo fue el proceso en que junto a otras científicas, investigadoras de CONICET, dieron el paso para convertirse en fundadoras de una startup “Puna Bio” ?

María Eugenia Farías: Hice mi carrera de biología en Argentina, un doctorado en Cerela y dos postdoctorados, uno en Cerela, y otro en España. Cuando volví entré a Proimi en Tucumán, primero como científica repatriada con la beca postdoctoral y después ingresé a la carrera de investigador científico en CONICET-PROIMI. Organicé un laboratorio que se dedicaba a estudiar la biodiversidad de ambientes extremos. Justo paralelamente se estaba abriendo ese tema en Proimi-Tucumán, principalmente con ambientes de Altura. Empecé a estudiar algo que nadie había estudiado hasta ese momento: la Puna, que es el desierto de altura que está entre Argentina, Chile y Bolivia, y principalmente para el norte de Argentina. Esta zona está dominada por volcanes, salares, lagunas y desierto de altura. Empezamos en el 2001 a estudiar la microbiología de esos ambientes extremos buscando lo que nadie ve: los microorganismos extremófilos. Trabajé casi 22 años, con la formación de recursos humanos que incluyeron más de 30 becarios doctorales y postdoctorales donde se realizaron más de 14  tesis doctorales junto a numerosos proyectos de investigación. Se formó un grupo muy interesante en algo nuevo que era la microbiología y marcamos una tendencia que después se expandió a Chile y Bolivia en otros ambientes.

Carolina Belfiore se incorporó al laboratorio hace aproximadamente 9 años, primero como postdoc, después como investigadora. Trabajamos en la puna intensamente y la necesidad de dar una base científica para proteger estos ambientes fue surgiendo a medida que descubrimos la particularidad y valor científico que los mismos tienen. Cuando volvía de la Puna lo hacía con la cabeza cargada de ideas, y una de las tantas ideas fue ¿por qué las plantas crecen en los salares y por qué cuando se intenta regenerar esos oasis en medio del desierto no basta con sembrar y regar? ¿qué les falta? Veíamos que en Chile cuando se quería recuperar una zona afectada por minería se intentaba restaurar la vegetación  y aunque se regase no había forma de recuperarla. Nuestra idea era que el microbioma de la rizósfera era importantísimo y nos pusimos a estudiarlo como ciencia básica. Carolina tomó ese tema, había entrado a carrera bajo mi dirección, y así comenzó a “germinar” la semilla de PunaBio. Empezamos a hacer pruebas en vasitos de yogur para ver si las bacterias que habíamos aislado de lugares específicos, ayudaban a crecer la soja en un suelo salino. Si al suelo salino de los vasitos de yogur le poniamos la bacteria la soja crecía, y si no no crecía. 

Empezamos a pensar en la posibilidad de que esto podría contribuir a la resolución de dos grandes problemas de la humanidad: la creciente necesidad de alimentar a una población creciente en las próximas décadas, y la situación de que el suelo cultivable es un recurso natural cada vez más escaso. 

En este punto se une Elisa Bertini, que trabajaba con promoción de crecimiento, pero con bacterias de la Antártida, o sea que era ya una extremófila y una experta en plantas. Así fue que juntas nos presentamos a GRIDX, una aceleradora de proyectos biotecnológicos que selecciona 100 proyectos anuales y los prepara para que puedan preparar ese proyecto para levantar capital. Para eso lo más importante es conectar con un emprendedor de negocios, y ahí conocimos a Franco Martinez Levis, un experto de negocios que rápidamente se familiarizó con nuestro trabajo, extremófilas y ambientes extremos. Pasamos el proceso de selección, recibimos la inversión y sembramos nuestras primeras pruebas. Pasamos del vasito de yogur a 20 ensayos en todo el país, con los mejores expertos en el tema, para probar si eso que había pasado en el vasito de yogur pasaba también al campo, incluyendo distintos tipos de suelos y de clima.

Diálogo productivo con María Eugenia Farías

MP: ¿Qué es concretamente lo que producen en Puna Bio y en qué etapa está el desarrollo? ¿Dónde están actualmente funcionando? ¿Infraestructura? 

MEF: A diferencia de otros emprendimientos, en PunaBio no nos focalizamos en una bacteria, en el ADN o en una proteína, sino que comprendemos todo el ecosistema de la puna: los volcanes, el clima, la geografía, los animales que interactuan, la geología, la geoquímica, la biología molecular, entonces esa mirada holística y multidisciplinaria nos permitió comprender algo en una forma integral, y entonces de esa forma pasar las aplicaciones biotecnológicas de una forma diferente. Nosotros buscamos comprender el resultado de 3.400 millones de años de evolución que tiene la vida, en donde hubo miles de modificaciones genéticas dirigidas por la evolución natural, es un experimento que hizo la naturaleza  de prueba y error de miles de millones de años, que está reflejado en los salares de la puna, ya que en la puna se recrean estas condiciones de la tierra primitiva.

Ese conocimiento es el que aplicamos para seleccionar microorganismos que, así como hacen crecer a las plantas en los salares, pueden promover el crecimiento de los principales cultivos en suelos  fértiles y marginales, cultivos que en este momento, están alimentando el mundo, como es la soja, el trigo, el maíz, etcétera.

Retomando con nuestra prueba, después llegaron los resultados que presentaron una mejoría muy superior a los productos comerciales y sobre todo mucha más consistencia.  Los productos biológicos tienen el problema de que a veces funcionan y a veces no. Cuando funcionan, lo hacen bastante bien, pero si hace cincuenta grados de calor la bacteria no lo soporta. Nuestra tecnología está adaptada a estas condiciones extremas. Funciona en Chaco, en el norte de Santiago, y es muy eficiente también en las zonas más fértiles, funciona siempre. Los porcentajes de aumento de rindes son entre 10 y 15 %  superior al producto comercial.

Diálogo productivo con María Eugenia Farías

MP: Fueron invertidas por GridX y luego por IndieBio, una de las  aceleradoras biotech más importantes de USA. ¿Cómo fue esta experiencia? 

MEF: Cuando fuimos seleccionados en IndieBio, una parte del equipo nos quedamos trabajando en Tucumán en un laboratorio pequeñito que nos alquiló la Universidad de San Pablo y la mitad del equipo (3 personas) se fue a IndieBio, en donde estuvieron ocho meses. Como finalización del proceso de trabajo levantamos nuestra primera ronda de inversión para terminar de desarrollar el producto: para lanzarlo en Argentina y empezar a hacer la gestión regulatoria en  Brasil y en Estados Unidos, ya que los tres países somos  los principales productores de soja del mundo.

Pasamos de un tubo de ensayo de diez litros a 17 mil litros en fermentadores, lo que requiere un diseño y un desarrollo enorme. En 2021 terminamos toda la regulación en Argentina y lanzamos  nuestro primer producto al mercado. Se llama KUNZA SOJA, que ya está en góndola y se está vendiendo. Estamos haciendo pruebas de cuestiones  regulatorias en USA y en Brasil. Paralelamente estamos ampliando pruebas para poroto, trigo y maíz. Reformamos un antiguo edificio del ingenio San Pablo  y lo transformamos en un instituto de I+D en donde estamos desarrollando nuevos productos que esperamos pronto estén en el mercado.

Creo que una cosa icónica de nuestra startup es el hecho de que en dos años nuestra prueba de concepto haya pasado a venderse  y lo importante es que lo hicimos en Argentina, y que la inversión fue en Argentina, contratamos gente del país y de Tucuman, por lo que estamos haciendo un pequeño movimiento económico, produciendo y siendo fuente de trabajo.

MP: Vemos que en Argentina, a partir de sus capacidades científicas y otros factores como su trayectoria industrial, el mundo de las startups biotech viene creciendo a un ritmo acelerado. Sin embargo, la mayoría de estas empresas nacen en Bs As, Santa Fe y Córdoba. ¿Cómo fue su experiencia en hacerlo desde Tucuman? 

MEF: Es muy complicado el tema de dónde incubarse acá en Tucumán. Nosotros buscamos en distintas instituciones y recibimos el  apoyo de la Universidad de San Pablo-T que primero nos dió un laboratorio de química, que es donde ellos daban las prácticas de química de la carrera, nos lo  alquilaban medio día, y pronto nos quedó chico, y después alquilamos una parte de las instalaciones del CIBA  y   ahora tenemos un edificio que era parte del antiguo ingenio  y lo hemos hemos resucitado alquilándolo en forma de comodato. Siempre estaré agradecida a la USP-T permitirnos instalarnos en su campus.

Tucumán tiene una muy buena capacidad: universidad, CONICET, estación experimental. La logística de nuestro equipo técnico está en Buenos Aires, pero el I+D está en Tucumán.

Otro de los problemas que tenemos es el acceso a equipamientos ya que son muy caros y no podemos comprar todo. Sin embargo, creo que en la medida en que vaya habiendo más startups y más desarrollo vamos a poder cooperar y apoyarnos.

MP: El caso de ustedes es un ejemplo claro del valor que tiene la biodiversidad argentina. Sabemos que por nuestra constitución esos recursos pertenecen a las provincias. ¿Qué rol tienen ellas en el proceso de licenciamiento de estos recursos? 

MEF: Creo que hay una gran oportunidad, un gran desconocimiento y un gran camino por hacer en el tema de los recursos biológicos. 

El acceso a los recursos genéticos a través de NAGOYA es un desafío que requiere conocimiento de la parte regulatoria, tanto de las empresas como de la provincia y los organismos de Ciencia y Técnica. Una vez pasado este proceso (que no es sencillo), las provincias tienen acceso a una parte de los beneficios que puedan tener las empresas. Preservar la biodiversidad puede ser una fuente de recursos económicos sustentables para la provincia (en este caso Catamarca) ya que nuestra muestra fue de un gramo y no tuvo ningún impacto en el ambiente.

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MP: Según tu experiencia, ¿cuáles son las provincias que tienen los circuitos administrativos formalizados, que responden con celeridad y que han definido los esquemas de regalías para poder celebrar contratos para el uso comercial de microorganismos autóctonos? 

MEF: Nuestra tecnología número uno, que es Kunza Soja, fue licenciada a CONICET y a Catamarca, quienes participan en un porcentaje de las regalías que la comercialización del producto genere. Hasta ahora hay una sola provincia que funcionó bien y hubo confianza, y es la única que nos dió acceso a los recursos: Catamarca.  

Una empresa puede relevar la diversidad de una provincia pero no puede garantizar la creación de un producto que llegue al mercado y produzca regalías, o sea que se va a riesgo. La empresa pone los recursos económicos  y la provincia el acceso a la biodiversidad. Si no sale nada la provincia no pierde, y si funciona todos ganan.

Las provincias necesitan comprender esta ecuación: en promedio, de cada 10 startups solo una o dos funcionan, por lo tanto, si se licenciaran 100 proyectos para startups, es probable que 10 o 20 funcionen y produzcan regalías, y de esta forma, estaríamos ante un desarrollo económico muy importante para las provincias basado sólo en la preservación y licenciamiento de su biodiversidad. 

 

Por Jesica Monzón y Sol Gonzalez de Cap