Plan [H] es una sección de y para estudiantes en formación. Si estás interesado en escribir, mandanos un mail a planhrevista@gmail.com
Durante las últimas décadas la dinámica de la restricción externa estuvo marcada por la dinámica de los flujos de capital, que cobraron un peso creciente en la balanza de pagos. La libre entrada de capital permitió inicialmente financiar déficits de la balanza comercial, pero a medida que crecía el stock de deuda aumentaban los pagos por intereses y empeoraba el déficit de cuenta corriente, incrementando a su vez las necesidades de financiamiento externo a costos más altos. Esos círculos viciosos de endeudamiento externo dieron forma a un nuevo tipo de ciclos económicos marcados por los conocidos y estudiados episodios de crisis financiera, cambiaria y default.
La apreciación cambiaria y los procesos de apertura comercial estimularon el ingreso de importaciones en detrimento de la producción local. Entre 1975 y 1981 la producción industrial cayó 13%, entre 1993 y 2001 un 5% y entre 2015 y 2019 un 13,5%, con retracciones todos los años. La estructura económica se “reprimarizó” y se “financiarizó”, y aumentó considerablemente el grado de concentración y extranjerización de la producción en forma correlativa a las privatizaciones y al cierre de miles de empresas nacionales como consecuencia de la apertura.
Durante el último gobierno aperturista que vivimos, donde el PIB industrial per cápita retrocedió un 17,2% entre 2015 y 2019, la caída fue sinónimo de cierre de 4500 empresas (equivalente a casi un 10% de las existentes en 2015), pérdida de 144.000 puesto de trabajo formales trasladado en un aumento de puestos informales y, para cerrar, un detrimento salarial.
Las reformas económicas neoliberales no sólo cambiaron la estructura y redujeron la intervención del Estado sino la dimensión, la cantidad y calidad de sus cuadros técnicos, conduciendo a un desmantelamiento del aparato estatal y sus capacidades e instrumentos; el lema invoca “achicar el Estado es agrandar la Nación”.
Achicar el Estado vs agrandar la Nación
Los inicios la planificación económica en Argentina coincidieron con la expansión de la intervención estatal orientada al impulso del proceso de industrialización. Cuando la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin se adoptó una estrategia de desarrollo más o menos orgánica asociada a la promoción industrial, también conocida como el primer salto de “mentalidad industrial”. Este modelo de desarrollo industrial adoptado en la Argentina se caracterizó por una fuerte intervención del Estado en la economía y por las mejoras en términos de la distribución del ingreso. Con la creación de nuevas instituciones, se abrió una filosofía de articulación y cooperación en pos del desarrollo: definir objetivos a largo plazo, elaborar programas e incentivos tanto sectoriales como regionales, diseño de cooperación con otras instituciones internacionales y elaboración de estadísticas.
Al mismo tiempo, conocida como la época “dorada” del capitalismo moderno, la posguerra marcó grandes avances en la estructura productiva y el acervo tecnológico. Las nuevas tecnologías aplicadas tanto en los productos como en los procesos sentaron las bases de un nuevo paradigma económico y social, plasmadas, en un principio, en mejoras de la productividad, la calidad del empleo y la masa salarial.
Hoy en día nos encontramos en un escenario similar donde la lógica sigue siendo la misma: la planificación estatal como motor para todo modelo de desarrollo a largo plazo. Desde la formación de capital humano pasando por su inserción, la generación de un aparato funcional de ciencia y tecnología, la coordinación, extensión y difusión de los nuevos avances hasta la promoción e incentivo de sectores estratégicos y dinámicos, el rol que tienen los gobiernos es esencial para la previsibilidad que toda empresa necesita para entrar al juego.
¿Por dónde seguir?
Aunque constantemente Argentina está en un limbo, la situación económica actual presenta luces y sombras. La pandemia del covid-19 y las agendas internacionales han reabierto la posibilidad y la necesidad de avanzar en el diseño de políticas de mediano y largo plazo.
Con nuevos desafíos, como la necesidad de aplicar políticas productivas sostenibles y sustentables medioambientalmente, la incorporación de tecnología que aumente la productividad y la competitividad y la agenda de género que busca incorporar más mujeres en estos sectores altamente masculinizados (el 75% de los trabajadores industriales son hombres), la posibilidad de profundizar el proceso de crecimiento actual y encauzarlo hacia un sendero de desarrollo con diversificación productiva y equidad social requiere no sólo tener en cuenta las problemáticas de los distintos sectores económicos y sociales sino también los contextos y las demandas internacionales. Recobrar la intervención planificada de un Estado capaz de coordinar las políticas macroeconómicas con políticas específicas de fomento productivo es el sendero al que queremos apostar.
Pero para impulsar este sendero de desarrollo económico con equidad es indispensable la reconstrucción en el imaginario social, sobre todo en nuestra desesperanzada juventud, de la importancia de lo político como instrumento transformador y de crecimiento.
Hasta acá el comienzo de nuestra historia, como vemos la industria es pasado, es presente y sobre todo es futuro, aunque todavía queda mucho por hacer. Con un recorrido de avances y retrocesos podemos consensuar que es necesario darle una vuelta de tuerca al modelo económico, productivo y social argentino. Ahora la invitación es a seguir repensando y reinventando este proyecto de país.
Por Plan [H]