MISIÓN PRODUCTIVA: ¿Cuáles son los principales objetivos y cómo se estructura la Secretaría de Innovación y Vinculación Tecnológica de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC)?
SANTIAGO PALMA: La Secretaría tiene tres grandes áreas generales, dentro de las cuales se desarrollan las actividades de las facultades y se definen los objetivos. Una tiene que ver con el emprendedurismo tecnocientífico, que incluye la incubadora de empresas y otras acciones para promover la creación de empresas de base tecnológica o basadas en los conocimientos que se desprenden de investigadores e investigadoras de la universidad. Otra área es la que tiene la tutela de la propiedad intelectual de los activos intangibles de la universidad: patentes, tipo de marcas y todo lo relacionado con sostener esa estructura, que es cada vez más importante. Y por último el área de vinculación tecnológica, que es bastante más grande porque incluye la inteligencia tecnológica y estratégica, y la vinculación –a través de las facultades– con las empresas, el sector socioproductivo u otro tipo de organizaciones.
En los últimos dos meses, como brazo ejecutor del área de emprendedurismo, la universidad creó la aceleradora de proyectos, cuyo objetivo es pasar de alentar la creación de empresas basadas en conocimientos a intentar conseguir fondos para materializarlas.
MP: La aplicación de tecnologías muchas veces requiere de un abordaje multidisciplinario para alcanzar la resolución de problemas reales. ¿De qué manera encararon este desafío mediante i-Teams Córdoba?
SP: i-Teams Córdoba es el buque insignia en términos de programas de la Secretaría porque conjuga muchos aspectos que condensan todos nuestros objetivos. En primer lugar es un proyecto formativo de emprendedurismo –lo que favorece la trascendencia de todo lo que hace la universidad– del que participan no solo la UNC, sino también instituciones como el CONICET Córdoba, Global Shapers Córdoba y el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la provincia. Su objetivo es que aquellos jóvenes que quieran iniciarse en el camino del emprendedurismo se encuentren con proyectos de investigación aplicada relativamente avanzados y trabajen distintos aspectos. La idea es que tomen el proyecto de un investigador o de una investigadora e inicien un trayecto formativo de todos los tópicos y aristas para implementar ese proyecto de investigación en una empresa.
De esta manera, se arman grupos interdisciplinarios. Por ejemplo, un proyecto de base nanotecnológica lo toman personas que vienen de disciplinas como el derecho, la medicina, la farmacia, la ingeniería biomédica y hasta el diseño industrial. Se generan entonces un abordaje inter- y multidisciplinar –siempre coordinado por el investigador o la investigadora responsable– y una suerte de ecosistema cuyo resultado es muy interesante.
MP: A lo largo de los cinco años de aplicación de este programa, ¿qué aprendizajes han incorporado en este tiempo?
SP: El programa comenzó con tres proyectos relativamente chicos, a partir de los cuales se cambió un poco la dinámica de trabajo. Luego vino el paréntesis de la virtualidad. Hoy volvimos completamente a la presencialidad porque nos dimos cuenta de que, si bien la virtualidad permitía que algunas personas se conectaran desde diferentes lugares, estos procesos necesitan de mucha interfaz humana. Nuestro aprendizaje neto es que hace falta mucho choque, mucha colisión entre las ideas, las disciplinas, los proyectos.
De todas formas, la esencia del programa, esto de cruzar a emprendedores y emprendedoras con investigadores e investigadoras, no ha cambiado demasiado. Sí hubo un avance importante desde lo institucional en buscar las verticales correctas, en hacer que los grupos sean lo más internacionales posible, en ponderar mejor los tiempos de una actividad sobre la otra; cosas que siempre se van aprendiendo.
Un aspecto que no es menor del i-Teams es que juega mucho con la generosidad del investigador o investigadora para poner su proyecto sobre la mesa, quien a su vez aprende a la par de que estos grupos interdisciplinarios lo abordan con distintas ópticas y lo van desarmando y convirtiendo en una idea materializable.
MP: La comunidad universitaria es una fuente de conocimientos e innovaciones que en ocasiones son valorizados por actores externos sin brindarles un reconocimiento adecuado. ¿De qué manera interviene la Oficina de Propiedad Intelectual para proteger los derechos de los conocimientos generados en la UNC? ¿Qué importancia le asignan desde la Secretaría a las actividades de sensibilización sobre propiedad intelectual y transferencia tecnológica?
SP: Todas las universidades públicas han tenido que ir aprendiendo a lo largo de muchos años sobre la lógica relacionada con la protección de sus activos intangibles. Se han creado oficinas de propiedad intelectual cada vez más sofisticadas en términos de ejecutar las búsquedas, analizar la patentabilidad de los productos o procesos, el equipamiento, los dispositivos, etcétera. Y hoy existe una lógica de sensibilizar a los docentes investigadores sobre la necesidad de proteger los resultados.
El conocimiento abierto, la idea de la ciencia abierta, libre, disponible para todos, no colisiona para nada con proteger los activos intangibles de las universidades, y más de las públicas. Son ideas que conviven. Entonces proteger los resultados genera la necesidad de salir de las unidades académicas y entrar en los laboratorios para decirles a los investigadores e investigadoras que se analicen primero los proyectos que tienen esa posibilidad de protección.
Por este motivo en el último año hemos llevado a cabo una serie de talleres de redacción de patentes para que el investigador o la investigadora sepa que, si aprendió en su momento a escribir papers, tranquilamente puede aprender a escribir patentes; que para eso sólo hace falta una gimnasia en términos de búsqueda de información y de un lenguaje relativamente diferentes. Entonces sensibilizamos sobre la necesidad de protección de los resultados y cómo hacerlo.
De esta manera, la universidad ha presentado 13 patentes en los últimos doce meses y ha trabajado activamente en el registro de marcas propias, de investigadores e investigadoras de la universidad, y de startups incubadas en la universidad. Esto, sumado a conversatorios de texto de autor –trabajo coordinado con la Oficina de Conocimiento Abierto–, hace que los activos intangibles comiencen a tomar forma y dimensión. Pero es un arma de doble filo: estamos sumamente contentos de que el volumen de demanda aumente, pero ahora aparece la contracara que es la falta de recursos para responder a semejante demanda.
Lo importante es que, cuando hace cinco años no se les cruzaba por la cabeza, ahora los investigadores e investigadoras piensan en hacer un informe de patentabilidad antes de mandar su trabajo, por ejemplo, a un congreso. Se genera así una dinámica que creemos que es muy valiosa. Durante casi 30 años se dijo que los conocimientos generados en el mundo académico tenían que ser abiertos, publicarse, porque la ciencia tiene que estar disposición de todos. Después vimos cómo, por dar un ejemplo, las compañías farmacéuticas globales utilizaban conocimientos generados en países en los que cuesta mucho más, simplemente porque se publicaron alegremente los resultados antes de protegerlos. En definitiva, esta protección de los resultados de investigación brinda mucha más soberanía al país.
MP: ¿Cómo ejecutan la actividad de asesoramiento a investigadores sobre propiedad intelectual? ¿Se realiza con personal propio o suelen externalizar estas actividades?
SP: Se realiza con personal propio. Todas las patentes de la UNC son escritas y presentadas por la Oficina de Propiedad Intelectual de la universidad. Es un trabajo muy coordinado con las facultades, que primero tienen que hacer una evaluación sobre la inventiva y la novedad del proyecto. Cuando se detecta que puede tener un viso de realidad, se centraliza todo en la Oficina de Propiedad Intelectual, que cuenta con un equipo no muy grande: una especialista en propiedad intelectual y algunos colaboradores.
Después usamos una herramienta muy valiosa: los informes de patentabilidad del INPI [Instituto Nacional de la Propiedad Industrial], a partir de los cuales generamos un informe que analiza las condiciones de patentabilidad y, cuando se ve que eso es viable, comienza la redacción de la patente. Si tenemos que redactar una patente muy específica pedimos ayuda a un tercero –no a un estudio de patentes sino a profesionales externos que tienen experiencia en el tema–, pero siempre la patente se termina en la universidad y se envía desde la Oficina de Propiedad Intelectual.
Lo que nos está faltando, que hoy no podemos hacer por una cuestión presupuestaria, es lograr patentes internacionales. Es un proceso que podría ser mucho mejor en términos rentables si uno pudiese patentar en el exterior los desarrollos que considere y luego salir a vender la patente internacional, pero esto no es viable con los presupuestos que manejamos al menos desde la UNC. Entonces seguimos una lógica similar a la que sigue el CONICET: obtener la prioridad de patentar en nuestro país cuando el investigador o investigadoras, junto con la Oficina de Propiedad Intelectual, cree que esa patente podría ser internacionalizable, y pasar al proceso de transferencia a una empresa que tome esa patente y se haga cargo de traer una licencia. Hoy este proceso termina con una solicitud de patente en nuestro país que se hace íntegramente en la Oficina de Propiedad Intelectual.
MP: La incubación y aceleración de emprendimientos es realizada tanto por entes públicos como privados. ¿Qué particularidades tiene esta actividad desde la universidad?
SP: La universidad tiene dos incubadoras de empresas. Una es la Fundación Incubadora de Empresas [FIDE], que es de las más antiguas de la Argentina, cogestionada con la Municipalidad de Córdoba y la Universidad Tecnológica Nacional. Hace unos diez años se creó la Incubadora de Empresas de la universidad, pensada como una incubadora de base científica pero con el tiempo sumó proyectos de alto valor agregado. Desde esta última hacemos la convocatoria anual Tecnoemprendedores, en la que los emprendedores y emprendedoras se postulan, y hacen un trabajo de selección de proyectos y de análisis de viabilidad. Después se pasa una preincubación para luego incubar. Esta incubación ya no sigue los modelos modernos de dar un lugar físico, sino que apunta a dar un acompañamiento que escale con la aceleración, a dar el impulso final a la búsqueda de primeras y segundas rondas de financiación.
Creemos que para lograr que los proyectos se extrapolen a esquemas de fondos privados es necesario un estadio inicial en la propia universidad. La tasa de éxito que estamos teniendo con los fondeos privados es mucho mayor en los proyectos que han pasado por la universidad previamente, y esto ocurre porque en este proceso de preincubación e incubación trabajamos muchísimo el modelo de negocio, el producto mínimo viable (MVP por sus siglas en inglés) y madurez tecnológica (TRL por sus siglas en inglés). También trabajamos en el armado de equipos, porque los fondos de inversión privados financian equipos, no proyectos. Muchas veces es difícil hacerle entender a un investigador o a una investigadora que saber obtener buena ciencia es un porcentaje relativamente bajo del éxito de una empresa de base tecnológica. Promovemos entonces que genere un buen plan de negocios, que entienda el mercado, que tenga un buen branding, que entienda su política de propiedad e innovación, la política de propiedad intelectual de la futura empresa, y que encuentre emprendedores y emprendedoras que hagan su aporte. Ese es un trabajo que hay que hacer internamente y que fortalece mucho el proyecto; entonces después sale a la cancha mucho más armado para obtener fondos en las primeras rondas.
Por darte una analogía: en la formación de deportistas, uno no puede saltar de la escala de jugar en el barrio a jugar un mundial. Debe haber una etapa previa que se debe hacer en escala formativa, armando equipos para luego ir a una competencia donde el éxito –en nuestro caso la obtención de financiamiento– es bastante más complejo. Entonces creo que es fundamental que las universidades se comprometan en ese primer tramo, porque los investigadores e investigadoras por su cuenta no van a llegar.
MP: ¿Cuáles considerás que son las grandes fortalezas de la universidad para incubar y acelerar emprendimientos?
SP: Estamos convencidos de que el principal capital que tiene la universidad es el humano, ahí ponemos el foco en todos los programas que vamos diseñando. Diría que aplica a la lógica de todas las universidades públicas. Entonces, cuando pasamos a jugar en la liga del emprendedurismo, tenemos que trabajar permanentemente sobre capital humano, que es mucho y muy bueno, por lo tanto se generan muy buenos proyectos.
Lo que falta quizás es el acompañamiento para que eso se canalice en generar emprendimiento. Para esto es importante de parte de las facultades y de las áreas centrales de otras Secretarías no dilapidar esfuerzos. Tenemos que pensar en reconducir ese capital hacia un foco. Hemos visto proyectos que considerábamos con un cierto grado de fracaso incipiente y que después resultaron un éxito. Por lo tanto, yo creo que ahí hay un sesgo positivo: la universidad tiene capital humano que genera proyectos muy importantes, y desde las áreas centrales, por ejemplo de Innovación e Inclusión Tecnológica, hay que empezar a reconducir esos proyectos.
Ahora nosotros estamos haciendo algo que no se había hecho nunca: ir facultad por facultad buscando esos proyectos realmente innovadores que no se están viendo. En mayo hicimos UNC Innova, que es una feria en la que las facultades presentan sus proyectos innovadores. No es un esquema típico de feria de ciencia dividido por stands por facultades, sino que se trata verticales de conocimiento. El primer premio de la feria lo ganó un proyecto de la Facultad de Arte. Uno puede rápidamente darse cuenta de que una Facultad de Arte va a ser innovadora. Pero pocos proyectos de arte llegan a la incubadora de empresas, es mucho más fácil que llegue alguien de Agronomía, Química, Física o Ciencias Exactas, disciplinas más ligadas al emprendedorismo. Por eso resulta clave salir a buscar el capital humano y no esperarlo.
MP: ¿Cómo es la vinculación con el resto del ecosistema? ¿Tienen vínculo con instituciones privadas?
SP: Como secretario de Innovación en mi primer año de gestión me he dado cuenta de que el ecosistema emprendedor en Córdoba es curiosamente sinérgico: la Provincia, la Municipalidad, los actores privados, las agencias como Innovar Emprender, las 12 universidades que hay en la provincia –de gestión tanto pública como privada–, cuando se trata del ecosistema de emprendedor, funcionan muy armoniosamente. Nosotros hemos accedido a fondos de inversión por Mid-X, SP500 y otros esquemas de aceleración, participamos activamente de todo ese ecosistema y funciona en armonía. Es un tema que está muy bien llevado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la provincia, y entiendo que va a adquirir cada vez mayor lucidez.
Te doy un ejemplo en particular. En la zona norte de la universidad hay un nuevo campus, el Campus Norte, que está orientado a este tipo de políticas innovadoras en términos de gestión, de ciencia y tecnología, de herramientas para el nuevo trabajo, etcétera. Dentro del Campus Norte tenemos un proyecto de networking, el CampX, cogestionado entre el Campus Norte, el Rectorado de Desarrollo Territorial y la Secretaría. Ahí generamos un espacio en el que se reúne el triángulo de Sábato: el sector de desarrollo productivo, el órgano del gobierno y los actores universitarios. Y nosotros lo traccionamos a través de lo que llamamos nodos. Hicimos el nodo de Movilidad Sostenible, luego salió el de Mujeres, y ahora a mediados de agosto sale el de Innovación en Salud.
CampX tiene características particulares: además de que está muy bien provisto, es un lugar donde todos tenemos algo para decir en el mismo plano; nos juntamos, trabajamos sobre un concepto y planteamos una vertical. Por ejemplo, la Movilidad Sostenible: vienen los investigadores e investigadoras que trabajan ese tema, los entes de gobierno, la empresa de energía de Córdoba, las universidades –especialmente la de Villa María–, la Universidad Tecnológica… Entonces se van trazando verticales que se elaboran en conjunto y a partir de ahí aparecen los resultados. Si uno desde el principio tiene verticales claras los recursos se aplican de mejor manera.
Pero no se trabaja en términos de proyectos ni emprendimientos. Eso se deja para la incubadora de empresas. En CampX existe por ejemplo una vertical relacionada con los aspectos regulatorios para la movilidad sostenible. Entonces ahí se concentran las opiniones, los trabajos retro- y prospectivos, y eventualmente puede salir quizás un nodo de cambio de ordenanza, una nueva ley para favorecer alguna dinámica de movilidad sostenible, una propuesta impositiva o de hábitat, o un producto concreto de investigación en un área vacante. La idea es pensar no solamente en Córdoba, sino en toda la zona metropolitana. Hay muchas ciudades dormitorio como en el resto del mundo, entonces debe pensarse todo en términos globales.
MP: Con relación a la génesis de CampX, ¿cómo fue que se identificó la problemática, la necesidad de que surgiera específicamente en la universidad? ¿Había un espacio de vacancia en un diálogo frecuente y transversal entre estos actores?
SP: Cuando se pensó la lógica del Campus Norte se planteó una iniciativa nueva, que es la de generar prorrectorados transversales a las Secretarías, pero con ideas particulares. El Prorrectorado de Desarrollo territorial se instaló en el Campus Norte para gestionarlo, y dividió la gestión de ese espacio de gobernanza compartida en dos grandes áreas. Una de estas áreas son los cursos; pero no los que se dan en la ciudad universitaria, en el campus tradicional, sino aquellos que impactan en las nuevas formas del trabajo, en habilidades blandas y cuestiones que tienen que ver con la transversalidad y las cosas que necesitamos para las tareas cotidianas. Por otro lado están las actividades más innovadoras, incluidas es un área de soporte de la anterior y de relación con el sector socioproductivo.
Antes, al momento de pensar en trazar verticales sobre una temática en particular, no había dónde hacerlo, ni un mecanismo para hacerlo. Había que empezar a convocar facultades, investigadores e investigadoras del tema, referentes del gobierno o de la provincia o de la municipalidad. Entonces destinamos un lugar de networking donde asentarse y tener disponibilidad de tecnología, de conexión, de cocina, de tranquilidad para pasar todo un día trabajando, y que también permita tener a todos los actores trabajando en lo mismo al mismo tiempo. Un espacio bien transversal. Para esto empezamos a ver cómo funcionan espacios de este tipo en otros lugares del mundo con la idea de invertir recursos donde corresponde, y se nos ocurrió crear el CampX. Después de la pandemia los espacios de coworking quedaron medio descolocados porque la gente empezó a trabajar desde su lugar. Entonces decidimos apostar por un espacio que sea bastante más que un coworking o un networking: un lugar que la gente pueda apropiarse, en el que se pueda cogestionar la innovación, pero entre todos desde un principio.
Por ejemplo, la primera experiencia, el nodo de Movilidad Sostenible, fue un éxito absoluto: fueron autoridades provinciales, municipales, rectores y rectoras de todas las universidades –de la Tecnológica Nacional, de la de Buenos Aires, la vicerrectora de la Universidad de Villa María–, investigadores e investigadoras, y por ejemplo de la empresa de energía de Córdoba que tenía mucho para decir sobre movilidad eléctrica. Todos ahí, en el momento, generamos las verticales de trabajo.
Esa es la lógica del Camp X: escuchar y tener verticales de trabajo coordinadas entre todos. Como te decía al principio, este es un sesgo muy fuerte que tiene la universidad. Vengo de un viaje que hice por Europa y estuve en algunas universidades muy antiguas donde se ven esos paraninfos para que el catedrático dicte clases ahí arriba, exponga “la verdad”, y el pueblo abajo escuche, asimile y se vaya a su casa. Son salones de actos hermosos, pero esto de la verdad revelada sin ningún tipo de validación ya no existe. Las universidades tienen que empezar a darse cuenta de que, por supuesto, generan conocimiento muy valioso, tienen mucho capital humano, pero también tienen cosas para decir el empresario, el que gestiona los recursos públicos, quien opera una ONG o una fundación.
MP: ¿En qué nuevos proyectos están trabajando desde la Secretaría?
SP: Estamos construyendo un único fondo destinado a proyectos de innovación tecnológica y social, al que los investigadores e investigadoras puedan aplicar para conseguir –hacia 2024– un dinero no reembolsable, un subsidio, y una beca para que alguien se dedique exclusivamente a su proyecto. La idea es que los proyectos tengan un adoptante efectivo que puede ser no solamente una empresa, sino un municipio o una ONG.
Hay otro proyecto en particular que me parece que va a tener un impacto muy grande. Nosotros diagnosticamos que los procesos de incubación comienzan a tener otra lógica diferente de la de brindar un espacio para que el emprendedor o la emprendedora haga lo que pueda y ver si dentro de dos o tres años su proyecto puede ver la luz. Hoy estamos trabajando en poder incubar proyectos fuera de la incubadora, por ejemplo en las propias facultades. Para esto estamos reformando un sector grande de la Secretaría para hacer un laboratorio, que esperamos tenerlo listo para fin de año. Se va a llamar UNCLab. Se trata de un laboratorio de coworking donde los emprendedores y las emprendedoras pueden hacer tareas experimentales, además de intercambiar ideas, proveedores, conceptos, equipos de uso común, etcétera. A fin de año tendríamos un laboratorio que va a ser modelo en la Argentina, porque va a concentrar la innovación en forma colaborativa.
MP: ¿Cómo considerás que la UNC debería profundizar la vinculación con el sector productivo?
SP: La vinculación tecnológica ni siquiera se valora como un trabajo concreto que podamos hacer los docentes universitarios. Los estatutos de las universidades dicen que los docentes investigadores e investigadoras podemos investigar, hacer docencia y hacer extensión universitaria, y a lo sumo dedicarle alguna hora a la gestión; pero la vinculación ni siquiera figura. Hay que poner la vinculación tecnológica y la innovación en su justo lugar.
Las posibilidades de que las universidades entiendan lo que las sociedades demandan van muy de la mano con entender esa demanda. Y esto puede abordarse desde múltiples focos: las demandas sociales, las cuestiones de extensión, las escuelas de oficio, las universidades populares, y también las necesidades socioproductivas. Pareciera que no hay conexión entre las empresas y las universidades. Cuando uno va a las cámaras de empresarios, ellos nos dicen: “ustedes están en su universo, nosotros en el nuestro”. La vinculación busca que la universidad piense el futuro en función de la demanda y no de las propias creencias, es una oportunidad clara de que las universidades entiendan lo que la sociedad demanda. Si la universidad no entiende lo que el sector socioproductivo necesita, y por lo tanto no lo oferta, se desconecta de las demandas de la sociedad.
Yo veo en esto una oportunidad que hay que aprovechar. La función de Innovación y Vinculación Tecnológica antes era una partecita de la Secretaría de Ciencia y Tecnología, y la nueva gestión le cambió el rango a Secretaría. La ciencia y la tecnología es lo que nos enorgullece de nuestra universidad y por tal motivo se la sigue asistiendo con mayor énfasis, con mayor presupuesto. Es momento de que esos conocimientos impacten decididamente en lo que la sociedad demanda. La demanda implica entender lo que el sector socioproductivo necesita; articular con los gobiernos nacionales, subnacionales y municipales para entender lo que el territorio necesita; generar espacios de escucha de lo que necesitan las empresas; y a partir de ahí empezar a actuar. Decididamente usaría la palabra “oportunidad”. No es ni una obligación, ni una demanda concreta, ni algo que nos imponga el futuro, ni un cliché: es una oportunidad que tiene la universidad.
Por Gonzalo Brizuela